Un año. Es el tiempo que ha pasado desde que la Organización Mundial de la Salud declarase la COVID-19 pandemia. A veces parece que este tiempo haya pasado en un abrir y cerrar de ojos. Otras, en cambio, es como si hubiesen pasado cinco años desde que vimos por última vez a nuestros seres queridos, fuimos al cine o tomamos un café con los compañeros de oficina. Pero independientemente de lo largo que se nos haya hecho, creo que todos estamos de acuerdo en que ha sido un año marcado por la pérdida, el aprendizaje y una sensación de liberación cercana.
La pérdida ha sido enorme. A fecha de hoy, los más de 117 millones de casos confirmados de COVID-19 han derivado en 2,6 millones de muertes en todo el mundo, aproximadamente. Es desgarrador. Y las pérdidas van mucho más allá del número de fallecidos. La cantidad de empleos destruidos, negocios familiares arruinados, días lectivos perdidos y tratamientos médicos pospuestos o cancelados son abrumadores desde el punto de vista emocional, físico y financiero. Es una pesadilla global sin precedentes de la que a veces sentimos que nunca despertaremos.
Pero en este camino hemos vivido un aprendizaje increíble, particularmente en el esfuerzo por desarrollar vacunas y tratamientos para hacer frente a esta trágica pandemia. Hemos encontrado nuevas formas de utilizar la tecnología, asociarnos con los organismos reguladores y realizar tareas de forma paralela, en lugar de secuencial, para que científicos y médicos desarrollasen los ensayos clínicos de nuestra vacuna contra la COVID-19 a una velocidad sin precedentes, sin comprometer seguridad ni calidad. Hemos visto cómo el ingenio humano resolvía problemas sobre los que ni siquiera habíamos reflexionado hace tan solo 12 meses. En Pfizer, esto supuso inventar nuevos contenedores térmicos para mantener nuestra vacuna a temperaturas extremadamente frías mientras está en tránsito, y salas llenas de equipos nuevos e innovadores que ni siquiera existían el 11 de marzo de 2020. Vi estas máquinas por primera vez con mis propios ojos cuando recibimos al presidente Biden en nuestras instalaciones en Kalamazoo, Michigan, hace tres semanas, y fue un momento de gran orgullo, asombro y alegría.
Todos los que formamos parte de la industria farmacéutica hemos aprendido lo poderosa que es la colaboración. Los acuerdos entre Pfizer y BioNTech, y entre Moderna y los Institutos Nacionales de Salud, fueron clave para que se llegasen a entregar las dos primeras vacunas de ARNm del mundo. No solo las dos primeras vacunas de ARNm para combatir la COVID-19, sino las dos primeras vacunas de ARNm en general. Y ahora, la colaboración entre Johnson & Johnson y Merck para la fabricación incrementará aún más el número de dosis de vacunas entregadas mundialmente.
Gracias a este aprendizaje, llegamos a este primer año de pandemia con la sensación de que el fin está en el horizonte. Estamos viendo datos alentadores de la práctica clínica real en Israel y otros países sobre nuestra vacuna. Gracias a la colaboración público-privada, la vacuna está comenzando a llegar incluso a los países con menos recursos, como Ruanda, donde las primeras dosis llegaron la semana pasada. A medida que las vacunas van llegando, se puede ver, escuchar y sentir la esperanza. Es el tipo de optimismo renovado que uno experimenta a menudo en la primavera, pero esta vez se trata de algo más que dejar atrás un invierno frío, se trata de sobrevivir a uno de los peores momentos de la historia.
Pero aún no estamos totalmente fuera de peligro. Por eso, Pfizer respalda las recomendaciones de las autoridades sanitarias de todo el mundo para permanecer alerta los próximos meses. Tenemos que seguir usando las mascarillas, mantener la distancia física y lavarnos las manos con frecuencia hasta que se haya vacunado al número suficiente de personas para alcanzar la inmunidad colectiva. Y no cejamos en lo que respecta a nuestra ciencia: estamos comenzando ensayos con dosis de refuerzo para abordar las nuevas cepas y variantes de un virus en constante evolución, realizando estudios en grupos más amplios, como embarazadas y niños, y promoviendo terapias antivirales para ayudar a los pacientes que luchan contra la COVID-19.
En solo 12 meses, hemos hecho posible lo que parecía imposible. Y ahora tenemos una tarea igualmente importante, desafiante, pero alcanzable. Cuando hayamos superado esta pandemia, debemos tener presente todo lo que hemos aprendido este año para asegurarnos de estar mejor preparados si vuelve a suceder. Así honraremos la memoria de nuestros seres queridos y nos aseguraremos de que la ciencia ganará.