
En 2015, el mundo adoptó los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) con la promesa de transformar el planeta para el 2030. Sin embargo, a menos de seis años de esa fecha, los avances globales no superan el 30%. ¿Qué falló? Quizás lo más obvio: intentamos resolver un desafío de esta magnitud con un liderazgo que no estaba preparado.
El modelo tradicional nos ha formado para gestionar recursos, optimizar procesos y perseguir resultados, pero no para algo más profundo: liderar con propósito humano. Y es aquí donde surge una propuesta transformadora: los Objetivos de Desarrollo Interior (ODI) o Inner Development Goals (IDG, por sus siglas en inglés).

Nacidos en 2020 en Suecia, impulsados por instituciones académicas, organizaciones sin fines de lucro y líderes globales, los ODI se construyeron como un marco complementario a los ODS. Su premisa es clara: no lograremos los objetivos planteados si antes no desarrollamos nuestras capacidades a profundidad. ¿Retador, cierto?
Los ODI definen 23 capacidades en cinco grandes dimensiones que un líder debe cultivar: ser, pensar, relacionarse, colaborar y actuar. Este marco cambia el juego. Porque el triple impacto económico, social y ambiental no se alcanza con planes estratégicos, sino con líderes que transforman su manera de ser y de relacionarse con el mundo.
En mi experiencia, veo que la pregunta ya no es si las empresas tienen iniciativas de sostenibilidad, sino si cuentan con líderes capaces de vivir y encarnar el futuro que quieren construir. Los ODI nos invitan a dejar atrás el espejismo del liderazgo eficiente y abrazar un liderazgo humano, consciente y transformador.
El verdadero desafío, entonces, no está en redactar nuevos planes de sostenibilidad ni en sumar más indicadores, sino en atrevernos a cultivar habilidades como la empatía, la escucha activa, la autoconciencia y la resiliencia. Estos atributos, muchas veces vistos como “blandos”, son en realidad los que permiten sostener conversaciones difíciles, movilizar a los equipos y crear transformaciones genuinas. Sin líderes que se trabajen a sí mismos, cualquier meta global corre el riesgo de quedarse en el papel.
El cambio no empieza en la estrategia. Empieza en nosotros.
(forbes.pe)