
Estamos perdiendo país por habernos desconectado de hacer política. La desconexión es a todo nivel: ciudadanos y empresas. Cada paso que damos lejos de la política decanta en que lleguen a ocuparla esos que traicionan la economía para el desarrollo de todos, y que lucran con nuestras oportunidades de progreso.
El precio de nuestra inacción es que los que nos representan son emblemas de todo lo que como país deberíamos condenar: la vileza de la criminalidad y la ilegalidad, la trampa y la cooptación de las instituciones para sus ventajas personales o partidarias, y sobre todo la defensa de un sistema evolucionado de corrupción que ya no sólo roba, sino extorsiona, vulnera derechos y mata.
François Valérian, presidente de Transparencia Internacional, señala que “la corrupción es una amenaza global en evolución que (…) causa el declive de la democracia, la inestabilidad y las violaciones de los derechos humanos”.
Porque si hacer buena política es el vehículo para cambiar la vida de las personas, la integridad es el vehículo para derrotar la corrupción, en todas sus formas.

En la última Encuesta Nacional sobre Percepción de la Corrupción que organizó Proética el 2022, 8 de cada 10 peruanos manifestaba que la corrupción les perjudicaba en su vida cotidiana. La Corrupción pasó de considerarse uno de los principales problemas del país para el 29% de los peruanos el 2002 a pasar al 62% el 2022.
El Índice de Percepción de la Corrupción que realiza Transparencia Internacional desde 1995 en 180 países mostró una brutal caída en el Perú (somos el puesto #127). Se mide soborno, desvío de fondos, abuso de poder, corrupción estructural, nepotismo, transparencia, protección a denunciantes y acceso a la información. En un rango de puntaje donde 0 es “muy corrupto” y 100 es “muy limpio”, hemos caído al puntaje 31. Entre los 39 países que ya están o van en camino a la OECD, somos el #38, sólo arriba de Méjico.
No estamos ganando esa batalla. El triunfo de la corrupción es un fenómeno global: más de dos tercios de los países evaluados obtuvieron menos de 50 puntos sobre 100. Cuando no se gana, hay que combatir de otra forma. Entonces las empresas y los ciudadanos tienen un rol vital en esa lucha, que ya toca empezar a vencerla.
Porque más que cualquier otra crisis económica, la corrupción destruye la confianza, sin la cual los negocios, los intercambios y las inversiones dejan de creer y crecer. La fórmula es blandir la acción de la integridad: culturas de honestidad y meritocracia, compromisos y evidencias fehacientes de transparencia en la toma de decisiones, sistemas de gestión de riesgo, controles y supervisión de calidad, y firmeza y oportunidad en la adopción de sanciones. La transparencia no es suficiente donde se permite la impunidad.
Generar ese ambiente de integridad es tarea ciudadana, y por eso tarea de la empresa. Las empresas son instituciones ciudadanas también, y en tanto ello, promover integridad no es un acto de responsabilidad social, es un acto de valor público, de propósito y de desarrollo. No es una herramienta de adecentamiento reputacional, no es un lujo de moralidad o un KPI/indicador de cumplimiento más: la integridad empresarial debería ser el sello que ponga a las empresas más limpias a la par de los mejores ciudadanos, y a los mejores ciudadanos a cargo de ellas.
Hoy hay más empresas, emprendimientos y gerentes de todo nivel que ven en la integridad una forma de construir mejor su identidad. Lo valoran como un acto de confianza, donde la empresa se convierte en una institución central del desarrollo colectivo y -por qué no- de una ciudadanía responsable. Lo que producimos de la forma correcta y por los métodos correctos nos da una ocasión para confiar otra vez.
Está ocurriendo con nuevos liderazgos en el sector privado y en la sociedad civil: son organizaciones nuevas, refrescantes, con discursos de más unidad, férreos y firmes contra aquello que vulnera los asuntos públicos, buscan otro tipo de pluralidad en sus directorios, les hablan a audiencias más diversas, usan lenguajes que bajan el tono a la polarización y las etiquetas irracionales. Liderados por nuevas generaciones de jóvenes ejecutivos que ya están aquí. Presentes en la conducción gerencial o en la dirección ejecutiva de organizaciones que quieren hacer de la transformación social una agenda de propósito.
La reforma por una integridad pública y empresarial está en esas manos. En nuestras manos. Activémosla.
(forbes.pe)