
La historia de la atención sanitaria está marcada por avances que responden al desarrollo de la ciencia y la tecnología, con una tendencia cada vez más acelerada, sobre todo en los últimos 100 años. La introducción de la anestesia (1846), la penicilina (1941), la cirugía laparoscópica (1985) y la cirugía robótica (2000) son hitos que lo demuestran.
En el caso de esta última, los resultados hablan por sí mismos: en apenas 25 años se han realizado más de 12 millones de procedimientos en todo el mundo, a cargo de 66.000 cirujanos, con el uso de cerca de 7.500 equipos distribuidos en 4.400 centros de salud de 70 países. Hoy, cada 16,8 segundos se inicia en algún lugar del planeta una cirugía asistida por robot.
El Perú apenas comienza a recorrer este camino. Desde el año pasado, instituciones públicas como el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN) y el Hospital Nacional Dos de Mayo, han incorporado procedimientos robóticos. Estos primeros pasos representan un hito para la cirugía nacional. Sin embargo, el verdadero desafío no es haber iniciado, sino lograr que la innovación se expanda, se consolide y se mantenga de forma sostenible.

Hoy, los pacientes buscan intervenciones menos riesgosas, dolorosas y con tiempos de hospitalización más cortos. En otras palabras, esperan que la medicina cumpla con su compromiso social: devolverlos a la vida productiva lo antes posible. La cirugía robótica responde a estas expectativas. Gracias a su mayor precisión, reduce la variabilidad de los resultados y ofrece beneficios concretos: brazos robóticos con rangos de movimiento superiores a los de la mano humana, visión tridimensional de alta definición, instrumentos miniaturizados capaces de acceder a cavidades anatómicas estrechas y procedimientos más estandarizados. Todo ello se traduce en menos complicaciones, menor trauma quirúrgico y sangrado, además de reducir el cansancio del cirujano al operar desde una consola.
Como toda innovación tecnológica, la cirugía robótica implica un alto costo. Por ello, resulta indispensable promover convenios dentro del subsector público, en el subsector privado y —por qué no— acuerdos cruzados que permitan aprovechar al máximo los equipos ya instalados en el país. Solo así se evitarán sobrecostos por los elevados precios de estas herramientas y se podrá avanzar hacia una reducción de tarifas. En otras palabras, es fundamental trabajar contra la fragmentación del sector, el mayor mal de la sanidad peruana.
Si lo vemos desde una perspectiva regional, el Perú podría convertirse en un polo atractivo para el turismo médico, por nuestros actuales precios competitivos y las plazas turísticas con que cuenta el país, que alienten a pacientes extranjeros a elegir nuestro país. Al mismo tiempo, se comenzaría a revertir la tendencia de buscar tratamientos fuera del país, logrando, además, retener nuestro talento médico y repatriar a profesionales que emigraron en busca de innovación y mejores oportunidades de desarrollo.
De cara al futuro, si el Perú mantiene una apuesta sostenida por la innovación tecnológica —no solo en cirugía robótica, sino también en inteligencia artificial, medicina de precisión e investigación clínica, entre otras—, podremos avanzar hacia un sistema de salud más resolutivo, seguro y equitativo. La clave está en entender que la inversión en tecnología médica no es un gasto, sino una estrategia de largo plazo para construir un país más competitivo y con un sistema de salud capaz de responder a las necesidades de su población.
(forbes.pe)