
En muchas organizaciones hay colaboradores que cumplen adecuadamente sus responsabilidades, y lo hacen en silencio. Siempre están presentes, entregan resultados, rara vez generan problemas. Desde fuera, todo parece en orden. Sin embargo, algunos de ellos están al límite emocional, y lo más preocupante es que casi nadie lo nota.
Según Gallup (2023), el 76 % de los empleados experimenta en algún momento agotamiento laboral. Y lo más alarmante es que gran parte de ese desgaste pasa desapercibido: no se habla, no se atiende y termina erosionando tanto a la persona como a la cultura de la organización.
¿Cómo abordarlo desde nuestra experiencia en gestión de personas?
Primero, aprender a leer lo invisible. Una frase corta, un silencio prolongado, un gesto distinto en la cámara encendida o apagada. Pensar que “si no lo dice, está bien” es un error frecuente que solo retrasa la ayuda hasta que la situación es crítica.
Segundo, crear espacios de escucha genuina. No me refiero a una evaluación formal, sino a abrir conversaciones simples y humanas, con preguntas como: “¿Cómo estás?” o “¿Cómo está tu familia?”. A veces lo esencial no está en lo que se responde, sino en lo que se siente en ese momento de cercanía.
Tercero, cuidar antes de la crisis. Cuando alguien decide hablar de su vulnerabilidad, ese instante no debe convertirse en una alarma ignorada, sino en un puente para fortalecer la confianza y el sentido de equipo.
En la gestión del talento humano, cuidar al colaborador silencioso no es un lujo ni una tendencia. Es un compromiso ético que refuerza pertenencia, confianza y, sobre todo, humanidad. Porque al final, el verdadero bienestar no se mide solo en métricas, sino en la capacidad de una organización de mirar más allá de lo evidente.
(infocapitalhumano.pe)