Desde que empezó el estado de emergencia y la cuarentena, en mis diversas redes sociales -imagino en las de muchos- aparecieron publicaciones y comentarios reclamando que esta pandemia y sus consecuencias ponían de manifiesto la necesidad de incentivar y repensar la inversión de la sociedad en ciencia y tecnología.
Este reclamo se justifica si pensamos en todos los problemas que hemos tenido para lidiar con una crisis y desafío que ya hace algunos años sabíamos que pasaría. Algunos de nosotros hemos visto el video en Youtube donde Bill Gates habla sobre el tema en el 2015, o la película ‘Contagio’, que transmiten en diversos canales y plataformas de entretenimiento. En ese sentido, creo que si bien es importante pensar en la cantidad de dinero y apoyo a las ciencias y a la investigación, también es importante pensar hacia dónde se orienta esta investigación para que a la vez sea innovadora y nos ayude a responder a los grandes desafíos que enfrenta nuestra sociedad hoy.
A raíz de la situación producida por el Covid-19, esto se vuelve más evidente. En los últimos años diversos autores han mencionado que estamos ante un giro ‘postcompetitivo’ de las políticas y conceptualizaciones de ciencia, tecnología e innovación y su relación con el desarrollo. Este supuesto giro incluye una mayor atención a los grandes desafíos sociales a escala global. Además, significa el cambio de un modelo que priorizaba la velocidad y la cantidad de innovación por uno donde la calidad y el impacto en la sociedad es la guía. Pensar en clave de desafíos sociales representa que la tecnología o la innovación no debe estar necesariamente orientada a las necesidades de la empresa o a generar valor económico, sino a las necesidades de la población en general.
En ese sentido, pensar en la innovación científica -en clave de desafío global- requiere pensar en la necesidad de incrementar los actores que reconocemos como relevantes al momento de decidir las políticas de ciencia, tecnología e innovación. Debido a que esto nos afecta a todos, la dirección y el impacto social de la investigación no se deberían definir por el valor agregado económico de nuestra innovación, sino en la medida que esta mejora la calidad de vida de la gente en general.
Desde los años 80, las políticas de ciencia, tecnología e investigación reconocieron que era necesario tener la retroalimentación del público para que la innovación efectivamente se produzca. En estas propuestas, muchas veces se tomó al mercado y a los consumidores como los actores sociales que intervienen en esta retroalimentación. Sin embargo, cuando pensamos en función de los desafíos globales, tenemos que reconocer que el mercado claramente falló a la hora de representar los mejores intereses de todos los sectores de la sociedad. Es aquí donde se evidencia uno de nuestros grandes pendientes ¿cómo generamos una sociedad civil que esté informada y que sea capaz de contribuir de manera participativa en determinar la agenda y las prioridades de la investigación científica?
Como decíamos líneas arriba, pensar en la innovación, desde los grandes desafíos sociales, nos obliga a mirarlos de manera contextual. Tanto la cantidad de actores sociales relevantes, como la diversidad y complejidad de los mismos, ponen de manifiesto la multidimensionalidad de estos desafíos. Esto nos conmina a levantar los ojos de los problemas particulares para ver problemas generales que, por ende, requieren miradas multidisciplinarias.
Por ejemplo, esta pandemia, nos ha demostrado la interconectividad de los desafíos sociales. Si bien el virus parece no tener distinción social -en términos de quién puede contagiarse- se pone de manifiesto que las posibilidades de contagio, la vulnerabilidad a sus efectos y a las medidas tomadas para luchar contra él están relacionadas con las profundas brechas sociales y culturales existentes en nuestra sociedad. La situación socio-económica del país y las decisiones políticas nos han colocado en una situación que evidencia la fragilidad del sistema de salud peruano.
En esta visión de innovación, orientada hacia los desafíos sociales, la división entre ciencias duras y ciencias sociales, es insostenible. Las propuestas interdisciplinarias que aporten cada una desde sus fortalezas hacia un objetivo común son necesarias. Por ejemplo, tan importante para luchar contra la pandemia y sus efectos es la fabricación de ventiladores, como la revisión de la gestión pública y la planificación de estrategias de cuarentena que sean sensibles a las idiosincrasias culturales y prácticas sociales de la sociedad. Es tan importante hallar una vacuna como lograr que esta sea universalmente repartida; además, que cambien nuestros hábitos culturales de interacción a la vez que se midan las consecuencias no intencionales que estos cambios puedan traer.
Sin embargo, los limitados recursos que se destinan a ciencia, tecnología e innovación siguen siendo un problema. Esperemos que estos sean cada vez mayores, aunque lo más probable es que sean insuficientes. Por ende, no podemos negar la necesidad de pensar en la sostenibilidad de la investigación y el rol que la empresa privada puede tener en este objetivo general. Felizmente, existe una corriente creciente de responsabilidad social empresarial que deberíamos trabajar en hacerla universal.
Entonces, es tiempo de empezar a trabajar hacia ello, las cosas no cambian solas. Es tiempo de buscar un mayor apoyo y redirección de la inversión en ciencia y tecnología. De abordar -en mi caso, desde las aulas- la complejidad y multicausalidad de estos desafíos, generar empatía y conciencia de que estas situaciones nos afectan a todos. De crear un nuevo tipo de profesional que no se dicotómico, que no conciba la innovación en términos de empresa versus sociedad o ciencias duras versus sociales. Un nuevo tipo de profesional que sea consciente de la necesidad de comunicación y difusión de la ciencia, creando mecanismos para la participación y expresión de las necesidades del público en general.
Un nuevo tipo de profesional que entienda que la ciencia y la tecnología son parte de un problema social, que su método está inscrito en un contexto cultural y sus resultados -sin duda- generan un impacto social y ambiental.